lunes, 24 de agosto de 2009

El caretaje extrañao, me mira sin comprender

Habría que correlacionar la cantidad de libros comprados (o leídos) durante, digamos, el último año, contra:
- El celular
- El auto
- El sofá
- Las zapatillas
Como me gusta la gente careta. Como me gusta ir a la casa de alguien que es un caretón, sofisticado, suivre la mode, y solazarme viendo que discos hay, que libros.
Libros por lo general no hay. Y los discos suelen ser de Sabina, o cosas peores.
Eso si, los televisores son grandes.

miércoles, 19 de agosto de 2009

Maledicta

En la cosmogonía Azteca, la sangre era algo así como el combustible del universo: era necesario producir una cierta cantidad de sacrificios (humanos) para evitar que se detuviera el tiempo, se apagara el sol, se cayeran los cielos, et cetera. Afortunadamente, gracias a la conquista de este continente por la civilización medieval europea, esos salvajes ya no existen y su cosmogonía ha desaparecido junto con ellos. Ya no hay necesidad de sacrificios humanos para mantener el momentum universalis: actualmente los sacrificios son solo necesarios para mantener la Dinámica del Mercado.

De todas maneras, los infelices aztecas estaban equivocados: el lubricante que evita que el universo se engrane es la puteada. Rajar unas cuantas puteadas es generalmente la manera mas expeditiva de resolver problemas, o evitar que se agraven. Aún cuando putear no sea suficiente, y se necesite recurrir a otros medios auxiliares, putear es absolutamente necesario; por ejemplo, todo el mundo sabe que el WD40 afloja roscas oxidadas, pero es obvio que putear un buen rato al tornillo bajo tratamiento contribuye sensiblemente a la acción del agente químico[1]. De hecho: si el WD40 solo es capaz de aflojar roscas agarradas, es un hecho científico aún no probado; nadie nunca usó el producto en un tornillo recalcitrante sin antes putearlo por lo menos un poco.

Yo no recuerdo cuando empecé a putear, pero fué seguramente durante mi infancia cuando se formó en mi persona ese saludable hábito, que me acompaña desde entonces.
Mis catequistas me hicieron notar tempranamente que los malhablados van al infierno; desde entonces yo creo que el infierno es un lugar donde uno puede putear a sus anchas, así que las cosas andarán mucho mejor allá adentro que acá en la biósfera, donde mejor ni hablemos.
Años después alguien me contó mas o menos este chiste, que confirma las ominosas admoniciones de la catequista:

Tres bilbaínos se mueren y llegan a las puertas del cielo. Allí San Pedro mira al primero y le pregunta que ha hecho durante su vida:
-¿Yo?, jugar al mus y cagarme en dios.
San Pedro lo envía al infierno; llega el turno del segundo, al que le repite la pregunta:
-Pues yo también, aibalaostia tu, jugar al mus y cagarme en dios.
Tras largarlo al infierno, San Pedro interroga al tercero, quien escarmentado responde:
-Yo he pasado mi vida cumpliendo fielmente los seis mandamientos.
San Pedro lo mira y le grita:
-¿Seis?, ¡DIEZ!
-¿Diez?, ¡nos ha jodido!, ¡órdago, mecagoendios!



Los puteadores se dividen en dos grupos: ateos y creyentes. El chiste citado refiere al primer grupo.

El segundo grupo está compuesto principalmente de personas timoratas y religiosas, que no dicen malas palabras pero de vez en cuando se les escapa alguna, o las dicen sotto voce, o peor aún (y esto, per se, es motivo suficiente para cagarlos a puteadas), sustituyen construcciones canónicas del acervo cultural del puteador por otras inofensivas, tal vez convencidos de que un efecto similar se puede lograr mediante sustitutos inocuos. Esta sustitución va desde la simple analogía ("andá a bañarte" por "andá a lavarte el orto[2]"), transcurre por la metáfora decorosa ("me caigo y me levanto" por "me cago en ...", "la gran siete" por "la gran puta" y también, entre españoles, "me cache en diez" por "me cago en dios"), y llega a lo ininteligible, a algo que ya ni siquiera es una puteada ("será posible", "será de dios", "me quiero morir").
Constituyen subgrupos de este: el de aquellas personas que por inferioridad geográfico-cultural (Recoleta, San Isidro y otros barrios prósperos y similares de provincia) son incapaces de una pronunciación correcta, i.e. emiten "bolá" cuando quieren significar boludo; el de los conductores de radio y televisión (este subgrupo no está necesariamente constituido por personas como es el caso de los demás grupos) que no quieren decir "malas palabras al aire", ya que característicamente, aparte de haber recibido escasa instrucción y disponer de un vocabulario limitado (i.e. Tinelli), son cagones y temen la censura, por lo cual se convierten en guarangos y chabacanos, dicen "lola" por "teta" y "bolainas"[3] por "bolas" (justamente, lo que les falta); el de las personas "políticamente correctas" que utilizan perífrasis diseñadas para no ser peyorativas ("de color" por "negro", "capacidades alternativas" por "no sirve para un carajo")[4].
Existe además
un subconjunto particular dentro del segundo grupo, que es el de las personas que utilizan un adjetivo calificativo pero de significado ambiguo[5] en el lugar de cualquier sustantivo en referencia a un sujeto tácito, e.g. "hijo de puta" por "jefe", "conchuda" por "esposa". Este subgrupo no debería se clasificado estrictamente dentro del segundo grupo porque su categoría no comparte ninguna de las características señaladas para este, ya que no necesariamente incurren en estas caracterizaciones agraviantes con intención de putear, sino por efecto del hábito y la intensidad de la relación, y raramente las utilizan en presencia de los aludidos, para evadir las consecuencias. Nótese que no incluye este grupo a quienes emplean remoquetes infamantes ("el rengo", "la culona") basados en particularidades físicas de los sujetos mencionados, ni quienes emplean o empleaban un lenguaje sustitutivo como el lunfardo o el carcelario ("lava la ropa" por sodomizado, "corneta" por delator)[6].

Resumiendo: es en el primer grupo donde estamos los auténticos puteadores, los que rajamos las puteadas como un acto de volición, un acto creativo, un acto de liberación, un acto soberano, un acto, tal vez, vengativo, pero sobretodo vindicativo.
Es, a fin de cuentas, nuestro tesón y sacrificio el que, ya desaparecida la civilización de los aztecas, ha mantenido el universo en movimiento.

Para que la ilustración de esta breve apología no quede asimétrica, vaya esta gema representativa del segundo grupo. No conozco versión castellana y su traducción es imposible.


Little Jimmy was bugging his mother so she said:
- Jimmy, why don't you go across the street and watch the builders work. Maybe you'll learn something.
Jimmy was gone about 2 hours. When he came home his mother asked him what he learned. Jimmy replied:
- Well, first you put the God damn door up, then the son of a bitch doesn't fit, so you have to take the cock sucker back down. Then you have to take a cunt hair off each side and put the Mother fucker back up.
Obfuscated Jimmy's mother said:
-You wait until your Dad comes home.
When Jimmy's dad got home, mom told him to ask Jimmy what he learned across the street. Jimmy told his dad the whole story. Dad said:
-Jimmy, you go outside and get the switch.
Jimmy replied:
-Fuck you, that's the Electrician's job.

Salute.

Notas:
[1] Para los eventuales lectores psicologistas: esta entrada se refiere pura y exclusivamente a los efectos de la puteada en el sujeto puteado, y no en el puteador. Guarda, no sea cosa que empiecen con esa boludez de la necesidad de aflojar tensiones y otras yerbas, completamente irrelevantes: cualquiera que haya tratado tornillos agarrados sabe perfectamente de la indiferencia absoluta que estos hijos de puta practican respecto de las personas que tratan de moverlos.
[2] A pesar de ser sistemáticamente sindicada de "mala palabra", orto es una palabra realmente culta, ya que proviene del griego "orthos" y significa recto.
[3] Esta ni siquiera es una palabra.
[4] Este subgrupo intersecta con el anterior.
[5] Debido al hábito de antropomorfizar objetos, calificativos como "hijo de puta" se pueden aplicar también a objetos inanimados (por ejemplo, un auto que no arranca).
[6] El lunfardo originalmente tuvo por objeto no el decoro, sino la ocultación del significado. Muchas de sus locuciones son metáforas complicadas, acuñadas para ser utilizadas delante de personas no iniciadas, evitando la revelación del contenido del discurso. En este sentido y circunstacias, su uso es equivalente a un sistema de encriptación.